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Los abogados dicen que el aparente cambio en las condiciones de vida no evita la tortura psicológica de los detenidos

{Internacional | 08/01/2012 – Francesc Peirón | Nueva York}
Ese primer día quedó marcado para siempre en sus memorias. “Mi primer día en Guantánamo es la peor experiencia que he tenido en mi carrera profesional”.
En su debut como letrado en el penal de la base estadounidense, Pardriss Kebriaei se encontró con un hombre que llevaba cuatro años en confinamiento solitario. “Estaba roto”.
Otro compañero, Jonathan Hafetz, tampoco olvida el shock que recibió al llegar allí. “Una de las cosas que más me impresionaron fue lo inaccesible del lugar. Otra, cómo estaba diseñado para infundir miedo y desesperanza”.
Ramzi Kassem, que ha defendido a una docena de detenidos, habla del contraste. “Es muy chocante la colisión entre la belleza del lugar y lo que representa para mis defendidos y para mí en términos de experiencia, de tortura psicológica”.
En junio del 2010, Marc Bassets, corresponsal de La Vanguardia en Washington, visitó el penal. Entonces, los mandos insistieron en que se trataba “a todos nuestros detenidos con dignidad y respeto”. Que aparentemente no sea el gulag o un infierno, según la versión militar, merece una réplica de los abogados.
“Es cierto –subraya Kassem–, ha cambiado, pero yo no diría que es mejor. El hecho más importante sobre Guantánamo es la idea de que sea un agujero negro en el Caribe, sin visibilidad, a miles de millas de sus casas, de sus familias y, además, no saben cuándo podrán volver a ver a su padre, si es que vuelven a verlo. Así es cómo empezó Guantánamo en el 2002 y así sigue siéndolo hoy, a los diez años”.
Cinco de sus clientes han salido de la isla. Sólo uno continúa encerrado en Arabia Saudí. Los otros, en ese mismo reino o en Yemen o Argelia, han recuperado la libertad física –sin que nunca les explicaran por qué los detuvieron–, pero no la psicológica. Guantánamo les persigue.
La activista Frida Berrigan plasma en una frase cómo han evolucionado las cosas para continuar en la misma senda. “Lo único que ha cambiado es que han sustituido la foto de George Bush por la de Barack Obama”.
Otros argumentos que esgrimen los mandos del ejército sobre la utilidad del presidio se fundamentan en razones de seguridad. De esta manera, sostienen, mantienen a combatientes fuera del campo de batalla y continúa recabando información.
La abogada Kebriaei contesta que, por mucho que se haga pasar a alguien por una existencia torturada, “no puede aportar nada al servicio de inteligencia porque no tiene nada que aportar”. Apoya su razonamiento en el hecho de que se haya liberado a la mayoría de los que han pasado por allí sin juicio ni cargos.
Mañana viajará a la isla. Va a ver a uno de los detenidos. Está encerrado porque el Gobierno, según la versión de la letrada, asegura que era ayudante de cocina de un grupo de talibanes antes del 2001. “¿Por esta razón ha de pasarse el resto de su vida en detención militar, sin que se le formulen acusaciones?”, se pregunta. “Cuando me siento delante de él –reconoce– no sé qué decirle sobre sus esperanzas o su futuro. Esta vez le podré decir que, afuera, la gente se manifiesta (hay una marcha convocada para el miércoles en Washington) para lograr el cierre de ese lugar. Tal vez esto le dé fuerzas”.
Y recuerda a Mohamed y a su padre. Los detuvieron a los dos, los encerraron en Guantánamo, en dependencias separadas. Les impidieron verse. “Mohamed me decía que a veces presentía que su padre pasaba cerca”.
Al hijo lo soltaron a los siete años y medio. El día de la despedida les dejaron reunirse una hora y les autorizaron a darse un abrazo al reencontrarse y otro al despedirse. Nada más.
Al cabo de un año salió el padre. Uno vive en Portugal, el otro en Cabo Verde. El estigma de Guantánamo aún no les ha permitido abrazarse en libertad.

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